Escena nº 10 (Junio): Para participar en la escena de este mes tendréis que enviarnos un texto que cumpla las siguientes características:
1. El texto tiene que contar una historia con su inicio, su desarrollo y su desenlace.
2. La acción principal ha de ocurrir en un escenario lleno de libros. Puede tratarse de una biblioteca, una librería, una feria del libro; puede ser grande, pequeña, fantástica, realista… Lo que queráis, pero ha de tener muchos libros.
3. En la historia tiene que aparecer un diálogo que contenga la frase: “El año que viene, tal vez”.
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* Nota: Vuelvo, una vez más, con una versión extendida del relato presentado al taller de Literautas. Pero esta vez no sólo he sido incapaz de ceñirme al espacio de 750 palabras, sino también al tiempo.
He procurado hacer un relato lo más independiente posible, pero es evidente que para esta escena me propuse hacer una «historia por entregas», volviendo a dar vida a Manuel, el primer personaje que creé para Literautas y que se ha ganado mi corazoncito.
Es por eso que comienzo esta entrada con una nota y un link a lo que podría considerarse como la «primera parte» de este relato, por si a alguien no tuvo oportunidad de leerlo en su momento.
Enlace a El Carnaval de Manuel (primera parte): http://wp.me/p2u4xZ-2T
Como viene siendo costumbre, presento la versión extendida, dejando un link al final de la entrada al relato de 750 palabras presentado al reto de Literautas.
UN FUTURO PROMETEDOR
Tras la puerta que acababa de abrirse para él, pudo contemplar extasiado un modesto despacho que, a sus ojos, era la representación del éxito y la reaparición, por fin, de su buena estrella.
Durante unos instantes, dejó que su vista navegara por el escenario que se desplegaba ante él, saboreando esa sensación de triunfo que tantas veces le había rehuido en los últimos tiempos. Admiró el amplio escritorio atestado de folios y manuscritos como proyección de su propio futuro; el ventanal que decoraba la pared de fondo, como esa puerta abierta a la esperanza, y las grandes estanterías de madera repletas de libros, como los brazos abiertos de su nueva familia. En ese impasse previo a la presentación, no pudo evitar que su mente retrocediera a, lo que ahora sabía, había sido el punto de inflexión.
Él, Manuel, aquel murciano que había terminado de gondolero por circunstancias del corazón, había sobrevivido a la suciedad y el tráfico de los canales venecianos mientras nadaba los cien metros estilo perrito. Llegó a la orilla con más agua del Adriático en su estómago que sangre corriendo por sus venas, con la dignidad pasada por agua y un remo que acabaría convirtiéndose en su escudo de armas.
“No preguntes” fue todo lo que dijo al llegar a casa; de modo que Luiggi, se limitó a contemplar atónito, cómo su compañero de piso colocaba con total naturalidad un remo en el paragüero de la entrada, para después dejar un reguero de agua que conectaba todos los rincones de la casa hasta ir a morir finalmente en el cuarto de baño. Tras tres cuartos de hora encerrado ahí dentro, Manuel se plantó ante Luiggi y sentenció: “Voy a aprender a nadar”.
Y sin duda le hubiera resultado muy útil si al día siguiente no le hubiesen echado del puesto de gondolero.
Esta vez el remo terminó colgado en la pared del salón, a modo de recordatorio de tanta frustración sentida y volcada en cada martillazo dado a las alcayatas que debían sujetarlo, y como símbolo de su recién adquirida determinación de salir siempre a flote, metafórica y literalmente.
Estando una vez más en paro, Manuel repartió su escasa economía y exceso de tiempo entre sus clases clandestinas de español, repartir currículos y aprender lo importante que era no respirar con la cabeza dentro del agua. Sabía que necesitaba pasar página de una vez por todas con Gina, hacer borrón y cuenta nueva y, sin siquiera darse cuenta, empezó a expurgar todas sus penurias y desdichas a través de los textos para traducir que les preparaba a sus alumnos como deberes de casa.
Sabía que era ridículo exponer de forma tan abierta sus apuros y desdichas ante todos sus alumnos pero, a decir verdad, éstos llevaban ya tanto tiempo con él, que eran pocos los que no conocían de primera mano las desventuras tanto laborales como amorosas, de Manuel. Qué importaba ya el pundonor si había descubierto una forma de canalizar toda su rabia y sufrimiento, y de paso, darles un aliciente a sus alumnos para atender puntualmente a sus clases, ya no para calmar su sed de conocimientos sino de chismorreos.
Definitivamente era la mejor manera de matar tres pájaros de un tiro, y digo tres porque la guinda del pastel la ponía el hecho de estar ahorrándose un dineral en psicólogos que le orientaran a pasar página con Gina; o en un coach que le hiciera ver que, indudablemente, él era mejor opción que un bolso de Ferragamo; o en psicoterapeutas que le dieran por fin un significado lógico a ese sueño recurrente en el que se pasaba media noche huyendo de góndolas asesinas y la otra media persiguiendo remos con forma de cocodrilo; o en un doctor en acupuntura que obrara un milagro con su propensión a almacenar agua de piscina en oídos y fosas nasales cual hidroavión de bomberos.
Tan intensamente se aplicó en sus actividades que al cabo de unos meses ya había encontrado trabajo en un pintoresco restaurante cerca de la Plaza de San Marcos, y siete alumnos nuevos.
Lo que comenzó de forma totalmente improvisada y sin un propósito particular, resultó ser el mayor logro obtenido jamás por Manuel. Supo dar carnaza al espíritu de portera que vivía en su alumnado y convirtió a un grupo de jóvenes italianos con afán de ligoteo en fans histéricos que demandaban su dosis semanal de “confesiones con buen humor”, tal y como habían acabado bautizando a sus estrafalarios deberes de traducción.
Tal furor llegó a generar que de forma espontánea algunos de sus alumnos comenzaron a organizar cenas semanales en el restaurante donde trabajaba Manuel, para contrastar las traducciones de cada uno y resolver dudas mientras disfrutaban de un lambrusco bien fresquito y ayudaban al maestro en la creación de nuevas anécdotas. Tuvo incluso que defender su autoría remo en mano, de aprovechados que intentaban subirse al carro del éxito utilizándole a él de escalera. Fue entonces que decidió encomendarse a su diosa fortuna, dar un paso más allá y tratar de sacarle mayor provecho a la divulgación de sus desventuras.
—Manuel… ¡Manuel! ¿Sigues aquí?
Manuel despertó de su trance para encontrarse frente al editor al que pretendía impresionar en su primera reunión cara a cara, observándole con extrañeza.
—Sí, disculpa. Es que aún me parece increíble estar aquí, rodeado de tantos libros y sabiendo que pronto pasaré a engrosar esas estanterías—. Respondió mientras seguía paseando su vista por la infinidad de libros que forraban las paredes de la habitación.
—Pues aún tengo una sorpresa más para ti, —hizo una pausa que generara expectación mientras inclinaba su cuerpo sobre el escritorio —. Hemos decidido que tu libro inaugure la nueva línea editorial que presentaremos en la próxima feria del libro.
“Inaugurar nueva línea editorial”… Eso sonaba como música celestial a sus oídos… ¡Qué paradoja! ¿Quién le habría dicho cuando comenzó a escribir esos relatos autobiográficos en los que siempre salía apaleado por el azar y la fortuna, que sus alumnos no serían los únicos en disfrutar de sus infortunios? Ya se veía, como una lechera cualquiera, firmando libros en un stand de la Feria del Libro de Madrid, rodeado de escritores consagrados felicitándole su éxito.
Y como una lechera cualquiera, vio romperse el cántaro en cuanto el editor volvió a abrir la boca.
—Pero para eso necesitamos pedirte permiso para cambiar el título original y darle un… enfoque diferente —el aterciopelado tono de voz y el lenguaje corporal no auguraban nada bueno. —Verás, Manuel, la nueva línea que estamos preparando se compondrá esencialmente de guías de viaje, y dado que has vivido Venecia de una forma tan personal, creemos que tu manuscrito encajaría muy bien bajo el título “Curiosa guía para visitar Venecia en diez días”.
El estrépito del cántaro tenía nombre de “guía de viaje”; demasiado estruendo para poder oír las palabras que seguían fluyendo de la boca del editor, vendiéndole la magnífica oportunidad que suponía la creación de la nueva sección, animándole a que esa fuera la primera de sus colaboraciones con la editorial, que más adelante podían incluso pensar en expandir fronteras… En definitiva, demasiado estruendo para responder coherentemente a la pregunta de si tenía pensado echarse alguna novia francesa…
—El año que viene, tal vez…
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